No estoy de acuerdo, siempre he sido un defensor a ultranza de la enseñanza pública, hasta que mis hijos entraron en la ESO. Entonces experimenté el elitismo de la enseñanza pública, en la que solo interesan los alumnos «buenos» que no dan problemas, pero a los otros simplemente se les ignora y se pasa de ellos, a pesar de tener un apoyo familiar decidido en mi caso. La realidad es que a pesar de ese apoyo por parte de la familia, los distintos tutores siempre nos han escuchado, pero nunca se han implicado. Más o menos, y según mi experiencia, pongamos que de 10 asignaturas, 6 son impartidas por buenos profesores en cuanto a preparación, vocación e implicación. Pero las otras cuatro son impartidas por golfos irresponsables que no imponen su autoridad, abusan de la inasistencia y de su condición de funcionarios, explican mal, y toleran irregularidades cuando atienden guardias permitiendo, por ejemplo, no solo hablar y escuchar música en los móviles, sino también comer, pintarse las uñas, jugar a las cartas, etc. dentro de un aula (lugar que tendría que ser un espacio de respeto para la docencia y el aprendizaje). En mi opinión, esa proporción de golfos es la que está haciendo tanto daño a la enseñanza pública, y no tanto la inmigración y los recortes (situaciones que no se daban cuando el mayor de mis hijos inició la ESO en una ciudad relativamente pequeña, sin problemas de inmigración). Es necesario exigir responsabilidades, pero lamentablemente desde la dirección de los centros me decían que no podían hacer nada (y, menos aún, si en la dirección está uno de estos golfos).
La dureza de tener que renunciar en la práctica (que no en la teoría) a mis ideales sobre una enseñanza pública laica por la buena formación de mis hijos llevándolos a un colegio concertado, está siendo recompensada por una atención cercana e implicada hacia los alumnos con más problemas para lograr su integración.
Yo no estoy de acuerdo con la réplica de Eduardo, y tengo la impresión de que tu situación es un hecho puntual y no la generalidad. Antes al contrario, si hay un tipo de enseñanza que únicamente se preocupa de los alumnos buenos (académicamente y en cuanto a comportamiento) es la privada y concertada, por razones obvias: rankings educativos (pruebas CDI, LEA, ED, porcentaje de titulados, estadísticas de la PAU, etc.); mejores estadísticas implican más clientes. Los niños poco estudiosos y problemáticos no son atendidos, sino «invitados» a buscar otro centro hasta que se logra el objetivo de la armonía.
Otro caso es el de la enseñanza pública cuyo problema es compartido con el resto de la Administración: el incumplimiento sistemático de la legislación en materia de personal (que existe y es similar a la de las empresas privadas). En mi experiencia, la mayoría de empleados públicos -docentes incluidos desde luego- cumplen con su deber, pero ello no debería impedir que la minoría que perjudica la imagen de sus compañeros fuera sancionado en caso de flagrante incumplimiento de su deber. Y con mayor razón en el caso de los equipos directivos, con doble responsabilidad, docente y de gestión. He visto no sólo alumnos y padres como Eduardo, sino profesores y no pocos teniendo que tragar algún compañero desagradable y que pasa de todo, y sin poder hacer nada por la desidia a la hora de sancionar a quien incumple en la Administración.
Pero desde luego, y salvo excepciones como la tuya, en mi impresión -por mi trabajo tengo que conocer y tratar con colegios-, la enseñanza pública gana a la concertada y privada por goleada precisamente en materia de integración y no exclusión. Repito, en mi opinión, claro.
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No estoy de acuerdo, siempre he sido un defensor a ultranza de la enseñanza pública, hasta que mis hijos entraron en la ESO. Entonces experimenté el elitismo de la enseñanza pública, en la que solo interesan los alumnos «buenos» que no dan problemas, pero a los otros simplemente se les ignora y se pasa de ellos, a pesar de tener un apoyo familiar decidido en mi caso. La realidad es que a pesar de ese apoyo por parte de la familia, los distintos tutores siempre nos han escuchado, pero nunca se han implicado. Más o menos, y según mi experiencia, pongamos que de 10 asignaturas, 6 son impartidas por buenos profesores en cuanto a preparación, vocación e implicación. Pero las otras cuatro son impartidas por golfos irresponsables que no imponen su autoridad, abusan de la inasistencia y de su condición de funcionarios, explican mal, y toleran irregularidades cuando atienden guardias permitiendo, por ejemplo, no solo hablar y escuchar música en los móviles, sino también comer, pintarse las uñas, jugar a las cartas, etc. dentro de un aula (lugar que tendría que ser un espacio de respeto para la docencia y el aprendizaje). En mi opinión, esa proporción de golfos es la que está haciendo tanto daño a la enseñanza pública, y no tanto la inmigración y los recortes (situaciones que no se daban cuando el mayor de mis hijos inició la ESO en una ciudad relativamente pequeña, sin problemas de inmigración). Es necesario exigir responsabilidades, pero lamentablemente desde la dirección de los centros me decían que no podían hacer nada (y, menos aún, si en la dirección está uno de estos golfos).
La dureza de tener que renunciar en la práctica (que no en la teoría) a mis ideales sobre una enseñanza pública laica por la buena formación de mis hijos llevándolos a un colegio concertado, está siendo recompensada por una atención cercana e implicada hacia los alumnos con más problemas para lograr su integración.
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Yo no estoy de acuerdo con la réplica de Eduardo, y tengo la impresión de que tu situación es un hecho puntual y no la generalidad. Antes al contrario, si hay un tipo de enseñanza que únicamente se preocupa de los alumnos buenos (académicamente y en cuanto a comportamiento) es la privada y concertada, por razones obvias: rankings educativos (pruebas CDI, LEA, ED, porcentaje de titulados, estadísticas de la PAU, etc.); mejores estadísticas implican más clientes. Los niños poco estudiosos y problemáticos no son atendidos, sino «invitados» a buscar otro centro hasta que se logra el objetivo de la armonía.
Otro caso es el de la enseñanza pública cuyo problema es compartido con el resto de la Administración: el incumplimiento sistemático de la legislación en materia de personal (que existe y es similar a la de las empresas privadas). En mi experiencia, la mayoría de empleados públicos -docentes incluidos desde luego- cumplen con su deber, pero ello no debería impedir que la minoría que perjudica la imagen de sus compañeros fuera sancionado en caso de flagrante incumplimiento de su deber. Y con mayor razón en el caso de los equipos directivos, con doble responsabilidad, docente y de gestión. He visto no sólo alumnos y padres como Eduardo, sino profesores y no pocos teniendo que tragar algún compañero desagradable y que pasa de todo, y sin poder hacer nada por la desidia a la hora de sancionar a quien incumple en la Administración.
Pero desde luego, y salvo excepciones como la tuya, en mi impresión -por mi trabajo tengo que conocer y tratar con colegios-, la enseñanza pública gana a la concertada y privada por goleada precisamente en materia de integración y no exclusión. Repito, en mi opinión, claro.
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